jueves, 21 de noviembre de 2013

Crítica de 'WILD MAN BLUES' (1998) de Barbara Kopple


Wild Man Blues no es un documental sobre la vida y obra del cineasta Woody Allen, sino que se centra en una faceta menos popular pero también reconocida de su figura, la de músico de jazz. Woody Allen y su orquesta The New Orleans Jazz Band tocan cada lunes desde hace años de forma pública, en el Michael’s Pub de Nueva York hasta su cierre en 1997, y desde entonces hasta ahora en el Café Carlyle, también en Nueva York. Es la razón que le impide ir a la ceremonia de entrega de los Oscars según él, ya que se celebra siempre en lunes. Para un tipo como él es la excusa perfecta.

El documental se centra en una gira europea de Woody Allen y su banda que les llevó a recorrer ciudades queridas por el cineasta como París, Génova, Viena, Madrid o Venecia (en esta última no parece ir demasiado relajado en góndola, la tranquilidad del paseo le lleva a pensar que el gondolero podría asesinarles a él y a su mujer Soon-Yi Previn sin que nadie se entere). Wild Man Blues deja ver un público entregado a su ídolo, que le sigue allí donde va y haga lo que haga. En una entrevista que realizan a un hombre que asiste a su concierto de Venecia, éste acaba reconociendo que la razón que le lleva a acudir es la figura de Allen más que la propia música en sí. Aunque después reconoce que le ha fascinado la música tocada por Allen y sus hombres.



En su recorrido por Europa le acompañan su esposa Soon-Yi Previn y su hermana y productora Letty Aronson. La compañía de la familia hace que Allen (como fenómeno de masas) se desahogue entre bastidores por la persecución de sus fans. Es el precio que tiene que pagar por ser un personaje público, a la manera de su alter ego Sandy Bates en la felliniana Recuerdos (1980). Esos momentos son subrayados en el documental mediante el tema más conocido de Ocho y medio (1963, Federico Fellini), precisamente. Sin embargo, esos instantes quedan olvidados cuando gracias a la cámara de Barbara Kopple podemos espiar los momentos íntimos con su familia, en los que se le ve relajado y divertido, como en ese desayuno en la suite de lujo del hotel de Madrid donde se quejan de que la tortilla española está demasiado dura. También nos permite disfrutar de sus reflexiones personales acerca de la vida misma, de su obra y del cine en general. Resulta una delicia ver cómo recomienda a su mujer su película Annie Hall (1977) ya que, aunque nunca se sintió satisfecho con el resultado final, está convencido que ella la disfrutará. Y ese otro momento de absoluta sinceridad cuando afirma que no se merece un premio que no obtuvo su admirado Fellini pero sí Ingmar Bergman y Akira Kurosawa. Reflexiona sobre el carácter subjetivo de los premios en el arte, y que es una absoluta locura que cierto jurado concluya que él merezca estar en el olimpo de los grandes cineastas.



Pero si por algo resulta interesante Wild Man Blues es porque podemos ver a un Woody Allen en su salsa en otra de sus grandes pasiones, la música, en un estado de absoluto éxtasis mientras toca con pasión su clarinete, y mueve sus pies, su cabeza y sus brazos en son del jazz de Nueva Orleans. Aunque reconozco que estos momentos importarán un bledo a la gente que no sea seguidora de Allen y no le gusten sus películas. Este documental está hecho únicamente para seguidores acérrimos, entre los que me incluyo, pero admito que según va llegando a su recta final va perdiendo fuelle y se torna repetitivo. Sesenta o setenta minutos hubieran sido más que suficientes para mostrar la gira, las reflexiones y los momentos íntimos. Ciento cuatro minutos, por su  parte, se llegan a convertir en suplicio.

EDUARDO M. MUÑOZ

1 comentario:

andres aros dijo...

Si puede ser algo pesado por su duración,pero en definitiva un gran documental - además realizado por un a especialista en este género y estilo- que muestra a ese otro Allen - que hasta ese momento desconocía- un saludo desde Colombia: http://asaltovisual.blogspot.com/